Saturday, August 12, 2006

Evolución Operativa de la Televisión

CINE, VIDEO Y TELEVISION
Una evolución de su operativa

Hemos visto ya una síntesis histórica del desarrollo y evolución de los instrumentos de producción, conservación y reproducción de imágenes audiovisuales. Podemos entonces avanzar en algunas de las proyecciones y consecuencias que este desarrollo de los instrumentos ha producido.
Veamos el cine, la televisión y el video desde la triple óptica de la producción, conservación y reproducción de mensajes audiovisuales. En los tres casos, los instrumentos y procesos se encuentran enmarcados en un modelo teórico de una sedicente comunicación:

Emisor -- Medio -- Receptor.

Y en los tres casos, los instrumentos y procesos se inscriben en una lógica de mercado, de ganancia, de competencia, pero siempre conservando y reproduciendo los valores y pautas de los sistemas sociales que los sustentan.
En el caso del cine, en cuanto producción, nos encontramos con un oligopolio real, que encuentra su correlato en un oligopolio similar para la reproducción. La mayor parte de los intentos de producir un cine de alternativa, en general con las pautas de producción existentes y aceptadas sin cuestionamiento alguno, el obstáculo se encontró en el proceso de reproducción.

Un cine producido independientemente del sistema, y que lo cuestiona, no tiene cabida, ni salida, a través de las redes de distribución y exhibición controladas por el oligopolio correspondiente. Y, aceptadas las pautas y reglas del juego de producción del cine oficial, los grupos independientes necesitan inevitablemente llegar a la red de distribución para sostener los altos costos que estas pautas productivas implican.
Ha habido y hay excepciones, pero sólo alcanzan a confirmar la regla.

Los formatos de reproducción llamados alternativos: super 8 casi extinguido, y 16 milimetros, podrían haber significado la creación de redes alternativas de distribución a nivel grupal, e incluso a nivel familiar. Pero la escacez de productos con qué alimentar dicha red alternativa cierra el ciclo que impide su surgimiento.

En la televisión, la producción es también oligopólica, con una acentuada dependencia de las grandes metrópolis, pero la reproducción ha sido transferida a nivel doméstico, tanto por la necesidad comercial como porque el control de la producción hacía insignificante el riesgo de una producción alternativa. Se crea entonces el espejismo de que recibir programas de televisión no cuesta nada. Nada más falso: No sólo hemos tenido que pagar por el equipo receptor, sino que pagamos por todos los programas que vemos y aún por los que no vemos, en forma indirecta, mediante el aumento de precios de los bienes y servicios que se publicitan y consumen.
En la televisión, los modelos productivos, aunque de menor costo que en el cine, siguen requiriendo de un financiamiento que está lejos del alcance de los grupos que pretenden un sistema alternativo. Y, aunque se produzcan, y de hecho se producen, programas alternativos, en el sentido de su independencia, los cancerberos del sistema
(ejecutivos de programación de los canales) se encargarán de que esos programas no sean transmitidos. La regla parece decir que: Hay que evitar, desde el inicio, los malos ejemplos. La recepción de televisión no sólo cuesta sino que además es dirigida. Aún en las grandes ciudades, en las que 6 a 8 estaciones de libre recepción emiten un promedio diario de 150 horas de programas, se observa que las programaciones responden a un estereotipo que equivale a un monopolio cultural. La libertad de elección del receptor se limita a soportar lo que le dan, optando por el mal menor, o apagar el televisor. Esto último es fácil y se produce con frecuencia en grupos de los sectores altos y medios del espectro socioeconómico. Pero es casi imposible que se produzca en los sectores de menores ingresos: han invertido en el televisor y la única forma de amortizar la inversión es mediante un uso intensivo del equipo penosamente adquirido.
En el cine, y supeditada siempre a los intereses comerciales, la producción se encuentra en manos del emisor. Es el emisor quien define lo que se produce o deja de producir en función de su propia satisfacción o para obtener algún tipo de recompensa. El emisor, cuando se expresa, lo hace desde su matriz sociocultural. Informa de su visión del mundo, de sus problemas, de sus opciones, siempre a través de una narración, que puede haber sido tomada de otro, pero que él reelabora y plasma en un tratamiento cinematográfico. Transmite cultura, claro, pero sólo la suya. Transmite información, por supuesto, pero sólo la que le interesa, o la que le interesa al sistema social en el que está inserto.
De una manera u otra, conciente o inconcientemente, con frecuencia independientemente de su voluntad, manipula a los receptores. No sólo con los contenidos, sino también con los códigos del lenguaje audiovisual que va descubriendo poco a poco e incorporando a sus productos e imponiendolo luego a sus receptores.
Los costos de producción tienen una importancia relativa. La introducción del producto en una red de distribución mundial, forzada a la aceptación de "paquetes" completos, garantiza la recuperación de la inversión, independientemente de la supuesta calidad del producto.
Además, 20 a 50 años de habituación han llevado a gran parte de los receptores a perder toda capacidad de sentido crítico; aún más, los ha llevado a reclamar productos mediocres en nombre de la evasión o diversión.
Tal parece que hemos llegado a un punto en que se ha logrado convencer al esclavo de que la esclavitud es una condición no sólo apacible, sino deseable. Lo antes dicho sirve también para la televisión, pero corregido y aumentado. El nivel de manipulación que el emisor hace del receptor, a traves del medio, es tan alto que ya se ha legitimado a sí mismo y parece difícilmente cuestionable. Solamente los grupos de investigadores, preocupados por la salud intelectual de la población, han estudiado el problema y lanzado la alarma. Pero no han logrado, quiza ni siquiera intentado, generar una alternativa.
En cuanto a los costos, la producción para televisión es más barata que el cine, pero aún así son bastante elevados. Los modelos y lógicas productivas son exactamente iguales en ambos formatos: irracionales y antieconómicas. Pero la televisión no depende directamente del receptor para subsistir. La televisión vive y obtiene ganacia por la publicidad. Por ello el criterio motor de la programación será: mínimo de programas, máximo de publicidad. Es por esta razón que resulta mucho más económico comprar enlatados, cualquiera sea su calidad, que producir localmente.

En cuanto a la calidad, la situación es similar para el cine y la televisión. Su definición no es arbitraria, como podría parecer a simple vista, sino totalmente racional. La película o el programa de televisión son una mercancía. Por lo tanto tendrá mayor calidad aquella mercancía que de mayor ganancia. Ganancia para el emisor, desde luego. La calidad, entonces está definida en términos de valor de cambio, y a veces, por necesidad del emisor de autolegitimarse, por su valor signo, pero nunca por su valor de uso para el receptor.

Se ha dicho que la falta de calidad de los programas se debe a la falta de una crítica especializada que oriente al espectador y al realizador, pero la verdad es que la crítica especializada ejerce su labor sobre los productos que se le ofrecen , pero nunca sobre aquellos que, aunque se necesitan, no se producen. El crítico podrá elegir entre todos los platos del banquete aquellos de mejor aspecto, pero nunca podrá exigir alimentos nutritivos para una población subalimentada.

Desde el punto de vista técnico de las imágenes audiovisuales el tema de la calidad es complejo y, por momentos risueño. Toda la calidad ganada a costa de una altísima inversión en equipamiento de última generación se ve reducida a cenizas en salas de cine con equipos de proyección obsoletos, pantallas de retazos de arpillera y parlantes desajustados. Toda la calidad de los más modernos equipos electrónicos de televisión, de altísimo costo, naufraga ante la recepción por antenas mal situadas y receptores mal sintonizados, dotados de parlantes que apenas llenan en condiciones mínimas, un cuarto de dos por dos.

Y como la calidad del equipo es definida más por su valor signo que por su valor de uso, la calidad de hoy agrede a la de ayer y será agredida por la de mañana. Hace más de 20 años que en los laboratorios se conoce el sistema de televisión de alta definición, más de mil líneas de resolución. Hace más de 20 años que ese equipo puede producirse en forma industrial. Pero, repetimos, la calidad es lo que da ganancia, y antes de lanzar al mercado la alta definición es necesario agotar la inversión realizada hasta hoy en los sistemas de baja definición.

El simple hecho de que la mayor parte de los paises de Latinoamérica esté operando con normas de 525 líneas y sistemas de codificación del color NTSC, en lugar de optar por 625 líneas y codificación SECAM o PAL, es el resultado de presiones político comerciales ejercidas por las grandes empresas productoras de equipos.

Hace aproximadamente 15 años y como resultado de las lógicas de sociedades industrializadas, consumistas y competitivas, aparece el video. Lo que aparece inicialmente como equipos de televisión de pequeño formato y calidad subprofesional, se transforma con el crecimiento del mercado en un cuerpo tecnológico que alcanza identidad propia. El video permite por primera vez, la producción, conservación y reproducción de imagenes audiovisuales a nivel domestico, grupal y de alternativa a los sistemas comerciales existentes.

El video permite, por primera vez, el reemplazo en los hecho del modelo

Emisor -- medio -- receptor

por un modelo real de comunicación:

Interlocutor -- medio -- interlocutor

Se quiebra de esta manera, el monopolio de la producción, de la conservación y sobre todo de la reproducción. Sin querer idealizar al video, nos encontramos aquí con un hecho sorprendente: la evolución de la tecnologías puede traducirse en un cambio sustantivo del modelo teórico de comunicación y por lo tanto, en un cambio fundamental en el papel que los medios desempeñan en la estructura social y en la conservación y reproducción de los valores del sistema.

La tecnología del video permite, si se realiza el esfuerzo necesario,

q Cuestionar desde dentro lo que parecía incuestionable.
q Permite redefinir los criterios de calidad.
q Permite la producción y reproducción alternativas de mensajes audiovisuales.
q Permite postular para estos instrumentos el papel educativo, tanto en su sentido amplio como para procesos acotados de enseñanza aprendizaje, que hasta ahora les ha sido negado en forma reiterada y sostenida.

Algunos datos en apoyo a estas afirmaciones. Una cámara videograbadora de mayor calidad que cualquier cámara profesional de hace 20 años cuesta hoy 400 veces menos, es decir, unos 1500 dólares.

La edición de programas, es decir el reordenamiento de las tomas originales en un orden establecido, se hacia hace 30 años, cortando una cinta magnética de unos 5 centímetros de ancho y empalmándola con pegamento. Hoy un equipo de edición corriente permite selecionar grupos de ocho tomas y realiza la edición en forma electrónica en el orden secuencial previsto, sobre una cinta de 8 mm de ancho.

La cámara de hace 30 años pesaba más de 40 kilos y el grabador cerca de 500. La cámara videograbadora de hoy pesa en total 2,5 kilos. La alternativa posible, pero quizás optimista, tarda sin embargo en plasmarse. Sus avances son lentos, graduales, aislados, parcelados, a veces incongruentes. Se corre el riego de que, de nuevo, el sistema coopte el instrumento y lo vuelva a poner al servicio del status quo, o lo use para enmascarar contradicciones, lo manipule para que sea manipulatorio.

Ya que la producción es financiera y creativamente viable y que la red de reproducción existe, asociada a cada receptor doméstico de televisión, entendemos que el riesgo mayor se encuentra en los modelos de producción.
El viejo sedicente modelo de comunicación Emisor -- medio -- Receptor sigue manteniendo su vigencia en los modelos productivos de quienes empiezan a trabajar con el instrumento video. Se sienten emisores y quieren expresarse para llegar a los receptores. No se sienten interlocutores en un proceso de construcción en común, para hacer comunicación en su sentido más fundamental. Cometen el error de reivindicar pautas de calidad del emisor, sin adecuarse a la calidad necesaria y suficiente que requiere la interlocución, y por lo tanto, la comunicación. Piensan la programación como la misma que conocen, no se plantean alternativas. Y sobre todo rechazan los usos educativos para los cuales el video es un óptimo instrumento didáctico.
La televisión comercial, con un elevado grado de inteligencia o habilidad, ha logrado convencernos de que un programa educativo es, necesariamente aburrido. Y nos ha dejado entrever que un programa divertido es, necesariamente, alienante. Hacen falta productores que enfrenten este desafío, que produzcan educación en su sentido más amplio y que produzcan pedagogía en su sentido más restringido, porque esos programas tienen valor de uso para el interlocutor masivo.

Historia de la Televisión en Chile

Apuntes para una historia de la televisión en Chile

Las primeras transmisiones conocidas se dieron en circuito cerrado en 1939. Un barco alemán, de visita en Valparaíso, realizó demostraciones de este naciente medio a quienes recorrieron la nave. A partir de 1950 hubo algunas exhibiciones en tiendas comerciales del centro de Santiago. En 1952 llegó a Chile la primera cámara de TV, encargada a EEUU por la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad Católica de Chile para ilustrar las clases de electrónica.
Preocupados por el auge de la TV en otros países latinoamericanos, algunas radios santiaguinas comenzaron a pensar en el futuro. Pero la única en concretar una idea fue la Radio Sociedad Nacional de Mineria, que realizó una transmisión experimental el 7 de enero de 1953, entre las 22,36 y las 23 horas. Contó con la colaboración del servicio informático de la Embajada de EEUU y el apoyo de técnicos de la Universidad Católica y de la RCA Víctor. El programa se mostró en una pantalla de 18 pulgadas en el auditorium de la radio y, a través de cable, por un monitor instalado en la calle Matías Cousiño. La experiencia se realizó con equipos facilitados por la Universidad Católica de Chile: cámara vidicom, un monitor, un receptor y 12 reflectores de 1500 watts. El presentador del programa fue el joven locutor Raúl Matas, y su principal artista invitado Lucho Gatica.
También en 1953, visitó el país el Presidente de Argentina Juan Domingo Perón. Entre su delegación figuraba un equipo de Radio Belgrano. Sus técnicos instalaron monitores en varias tiendas céntricas y en la Plaza de Armas, a través de los cuales se pudo observar las más importantes actividades del presidente argentino en la capital.

Los Inicios Frustrados:

A comienzos de 1950 ya se rumoreaba que Chile tendría televisión en 5 años. Sin embargo, los entendidos dijeron que no había divisas ni auspiciadores suficientes para pagar la mantención de un canal local.
El 10 de marzo de 1951, el Consejo Nacional de Comercio Exterior rechazó la petición de la filial chilena de la empresa norteamericana Philco para instalar una planta transmisora de TV. Los integrantes del Consejo explicaron que aunque el proyecto era interesante, no había divisas y eran necesarios numerosos estudios técnicos y financieros.
Una similar situación ocurrió en mayo de 1956, cuando el Comité de Inversiones Extranjeras rechazó la solicitud del norteamericano George Slater para instalar una estación de radio y TV. Su plan incluía la importación de 30 mil receptores de TV.
En 1958 se habla por primera vez en forma oficial sobre televisión en Chile. La empresa Cóndor TV Chile, sociedad integrada por un ciudadano uruguayo y varios chilenos, fue autorizada para transmitir en forma experimental por 50 días. Tras un prolongado período de preparación y ajustes técnicos, se instalaron receptores en la Plaza de Armas y en los más importantes locales comerciales del centro de Santiago. Todo estaba listo para transmitir el 6 de noviembre a las 18 horas, pero la única cámara existente se rompió, frustrando lo que pudo ser el primer intento de creación de un canal de televisión en Chile. Pese a los esfuerzos de sus promotores, Luis Vicentini, el uruguayo Ernesto Schiappacase y otras 22 personas, nada se pudo hacer. El repuesto de la cámara costaba 300 mil dólares y la empresa no estaba en condiciones de solventar el gasto.
Desde 1952 y durante varios meses, los pocos receptores existentes en Santiago, en su mayoría pertenecientes a extranjeros o chilenos llegados desde el exterior, captaron las transmisiones de un canal fantasma. Nunca se pudo determinar el origen de la señal, pero si se puede afirmar que el emisor era un aficionado a las películas de vaqueros, ya que era lo único que transmitía. Otro caso era la recepción de una señal de una estación brasileña. Técnicamente es posible explicar estos fenómenos por la escasa utilización en ese entonces de las señales electromagnéticas, lo que permitía que una señal de rebote relativamente débil pudiera alcanzar grandes distancias.

El Canal de la Universidad Católica de Valparaíso

Desde el punto de vista cronológico, el canal de la UCV es el más antiguo del país. Su primera transmisión se realizó el 22 de noviembre de 1956 en el Salón de Honor de la Casa Central. El pionero y responsable de esa primera emisión fue Carlos Meléndez Infante, Director de la Escuela de Electrónica. Las primeras imágenes que se transmitieron correspondieron a la Avenida Brasil, la estación Barón y algunos números artísticos.
En 1958, debido a los gastos que demandaba la importación de elementos desde el extranjero, especialmente EEUU, la Escuela de Electrónica de la UCV comenzó a construir sus propios equipos de transmisión. El 22 de agosto de 1959 realizó su primera transmisión oficial como canal 8 de Valparaíso. No obstante, pese a ser de hecho el canal más antiguo del país, para los registros históricos salió al aire oficialmente un día después que el canal 2 de la Universidad Católica de Chile, en Santiago.

Canal de la Universidad Católica de Chile

La primera transmisión oficial fue el 21 de agosto de 1959 por canal 2. En una primera etapa transmitía los lunes, miércoles y viernes, entre una y dos horas, a través de transmisores diseñados y construidos por alumnos e ingenieros dirigidos por Pedro Carabali y Patricio Alvarez. Se transmitía desde el último piso de la Casa Central, con una antena direccional orientada al barrio alto desde la terraza del edificio. En aquellos años sólo los residentes de aquel sector podían poseer un receptor de televisión. En 1959 cambió del canal 2 al 13, se construyó un nuevo transmisor y se encargaron dos cámaras a EEUU, junto a monitores, controladores y generadores de sincronismo. En enero de 1961 llegaron y se terminaron de instalar en diciembre. Entonces ya se emitían programas regulares en vivo los martes y jueves, mientras el sábado estaba reservado para el cine. El proceso de desarrollo de la estación se aceleró luego que fuera autorizada por la FIFA para transmitir el Mundial de Fútbol de 1962. Parte de los adelantos generados por esa autorización fue la compra del primer equipo móvil que llegó al país.

Canal de la Universidad de Chile

Como resultado de la fusión de los departamentos de cine y radio y de la cineteca universitaria, en 1960 se crea en la Universidad de Chile un departamento audiovisual. Aunque el departamenteo de electrónica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas aportó las instalaciones de un estudio y de la planta transmisora, lo cierto es que no era la idea crear un canal de televisión. El propósito fundamental era crear un medio para unir a las escuelas de la Universidad, muy separadas físicamente. Era, por tanto, un sistema de circuito cerrado que funcionó muy bien. En vista del éxito alcanzado, las autoridades decidieron utilizar el medio como una forma de extensión cultural hacia la comunidad. El primer programa público, que marcó el comienzo de sus emisiones regulares, se transmitió en 4 de noviembre de 1960. Durante ese mes y el siguiente se transmitieron un promedio de dos horas semanales.



Hacia una televisión universitaria

El que la TV chilena se haya originado al interior de las universidades no es una casualidad. Si bien comenzó como un proceso de investigación tecnológica vinculada a los estudios de electrónica, hubo algunos visionarios que se percataron de su potencial como medio de extensión y difusión cultural.
Había además un hecho que facilitaba la existencia de la televisión universitaria. Los centros de estudios superiores chilenos gozaban de un gran prestigio, tanto en el plano nacional como internacional. Por ello los canales existentes a comienzos de los sesentas, UCV, UC, U. de Chile, U. del Norte, funcionaron de hecho al amparo de ese prestigio. No había normas legales que rigieran sus operaciones y solo se guiaban por las disposiciones establecidas por las propias autoridades académicas, que incluían algunas reglas de control, especialmente referidas a su orientación y programación.
A la sazón existía el decreto 7.039, firmado por el Presidente Carlos Ibañez del Campo el 28 de octubre de 1958, faltando apenas una semana para que entregara el poder a su sucesor, Jorge Alessandri. El texto legal fijaba ciertas normas para el otorgamiento de concesiones para la explotación de canales de TV. Junto con reservar diversas frecuencias para la Universidad de Chile y otras reconocidas por el Estado, permitía la existencia de canales privados, sujetos a un cierto control.
A comienzos del gobierno de Jorge Alessadri hubo fuertes presiones, especialmente de sectores vinculados al gobierno, para que el Mandatario autorizara la existencia de la televisión privada. El Presidente Alessandri, sin embargo, rechazó esa posibilidad, entendiendo que el desarrollo alcanzado por el medio dependiendo de las universidades justificaba plenamente su permanencia en esa área, por lo que tampoco era partidario de una red de televisión estatal.
En la práctica, esto significaba reconocerle o asignarle a la televisión un rol de difusión cultural, estableciéndose al mismo tiempo una forma de control social a través de las normas universitarias, y de hecho así fue como operó el sistema por varios años.
En un intento por formalizarla, la Comisión de Legislación y Justicia del Senado aprobó, el 2 de septiembre de 1963, una indicación a la ley 15.576 en la que se proponía reservar los derechos de explotación de los canales de televisión sólo a las universidades reconocidas por el Estado. La iniciativa, sin embargo, fue rechazada en la Sala del Senado. Todo indica que el rechazo se debió a las reticencias y dudas planteadas por sectores vinculados a la Masonería que veían con desconfianza el que dos de las tres universidades que operaban canales de TV fueran católicas. Pese a todo, las estaciones siguieron operando sin problemas.

Televisión Nacional de Chile

El proyecto o la idea de crear una red nacional de televisión estatal surgió en 1964. A la fecha existía ya una red troncal de telecomunicaciones, operada por la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL), que posibilitaba la transmisión de señales de radiotelefonía y también de televisión.
Los expertos de la época sostenían que la cuantiosa inversión que había demandado la red troncal estaba subutilizada. La creación de un canal de TV estatal permitiría un mejor aprovechamiento de esa inversión y satisfacer, además, una necesidad pública de información e integración.
Al asumir el gobierno el Presidente Eduardo Frei, se creó un equipo de trabajo con el propósito de concretar esa idea. Al frente del equipo estaban el Subsecretario de Educación, Patricio Rojas, y el Ministro de la Vivienda, Juan Hamilton.
En 1967 se crea formalmente la Oficina de Estudios y Prácticas Audiovisuales del Ministerio de Educación, cuyo objetivo fundamental era dar apoyo presupuestario y administrativo al proyecto de Televisión Nacional. Inmediatamente el programa comienza a avanzar, mediante el llamado a propuestas públicas para el equipameinto técnico.
En noviembre de 1968, el Presidente Frei designa como responsable del programa final de TVN a Jorge Navarrete Martínez, quien sería, como gerente general, su máxima autoridad. El 12 de diciembre de ese mismo año se inaugura la primera estación de TVN en Arica. Meses más tarde, en marzo de 1969, se elabora el proyecto definitivo de la primera etapa de la empresa que debía llamarse Televisión Nacional de Chile. Esta fase contemplaba el funcionmamiento de tres estaciones autónomas, de similares características técnicas, en Arica, Antofagasta y Punta Arenas.
El 21 de mayo de 1969 TVN realiza su primera emisión desde Santiago, pero sólo para la ciudad de Talca, al transmitir un programa especial: la inauguración del periodo ordinario de sesiones del Congreso Nacional, con el Mensaje Presidencial.
La fecha oficial de salida al aire de TVN es el 18 de septiembre de 1969, cuando son inauguradas y puestas en marcha las estaciones de Santiago y Concepción, lo que permitió incorporar a la recepción de este medio al 60% de la población del país.
El estatuto orgánico de TVN se definió el 24 de octubre de ese año, con la promulgación de la ley 17.377, denominada Ley Hamilton, por ser éste su principal gestor y redactor.

Construcción de un marco legal para la Televisión Chilena

Aún cuando fue dictada para dar nacimiento a TVN, el citado texto legal contiene otros aspectos de vital importancia para el desarrollo de la TV en general. Algunos aspectos relevantes de esta ley fueron: el reconocimiento de los canales universitarios de televisión ya en operación, la fijación de los objetivos de la programación, estableciendo un sistema de control social para la orientación, operación y programación de las estaciones; y la creación de un organismo denominado Consejo Nacional de Televisión, que debía velar por el cumplimiento de los objetivos señalados en la normativa legal.
La idea central era contar con un sistema de televisión pluralista, amplio y que respondiera a las necesideades e idiosincracias de toda la ciudadanía. Por ello la composición del Consejo Nacional de Televisión debía representar a todos los sectores para garantizar la observación de esos grandes principios. En su primera etapa, el organismo estuvo integrado por 16 personas: el Ministro de Educación, que lo presidía, un representante del Presidente de la República, seis del Parlamento, dos de la Corte Suprema, los Rectores de las Universidades que operaban TV, el Presidente del Directorio de TVN, y dos representantes de los trabajadores de los canales de TV.
Esta formula garantizaba el pluralismo y el acceso de todos los sectores al medio, que adquiría cada vez mayor importancia. Sin embargo, durante el gobierno del Presidente Salvador Allende comienzan a apreciarse algunos cambios en el manejo de la TV. Pero la utilización de este medio se hizo más crítica a partir del golpe militar de 1973.
A poco de tomar el poder, el general Augusto Pinochet dictó el Decreto No. 113, que modificó la composición del Consejo Nacional de Televisión. Este se redujo a solo 8 personas, al eliminarse como integrantes del mismo a los representantes del Congreso y de los trabajadores de los canales. Esto le permitió al régimen tener un control estricto de los medios. Con la primitiva composión del Consejo, el gobierno sólo podía designar a 3 de sus 16 miembros. Tras la dictación del decreto, y habiendo establecido ya el mecanismo de intervención de los rectores delegados en las universidades, el gobierno tenía seis de ocho integrantes.
Simultáneamente a la promulgación de ese decreto, se modificó la estructura organizativa de TVN, haciendo desaparecer su directorio, compuesto por 7 personas, de las cuales 2 representaban al gobierno, para reemplazarlo por un director general, que reunía en sus manos todo el poder y atribuciones para manejar la empresa.
El control sobre TVN se hizo más evidente en marzo de 1974, al dictarse el Decreto Ley No. 386 que dejó a la empresa bajo la tutela de la Secretaría General de Gobierno, organismo netamente político, cuyo titular, además, actuaba como vocero del gobierno.



Bibliografía relacionada

Hurtado, María de la Luz. "Historia de la Televisión en Chile (1958-1973)". Santiago, CENECA, 1988.
Martínez, Marcelo. "Evolución del sistema televisivo: el modelo chileno". Tesis para optar al Título de Periodista y al Grado de Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Escuela de Periodismo, Universidad Austral de Chile, 1998.
"Televisión del 2000: el vértigo del nuevo siglo". En Revista Cultura, N. 12, Santiago, enero de 1995.